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Cómo la evolución ha moldeado tu suelo pélvico

07.10.2025

Hace entre 4 y 6 millones de años, un grupo de primates africanos dio un paso decisivo: se irguió sobre sus dos patas traseras. Ese gesto, aparentemente simple, cambió el rumbo de la historia evolutiva.
Caminar erguidos liberó las manos, amplió nuestro campo visual y modificó la forma en que interactuamos con el entorno. Desde entonces, la anatomía humana se reconfiguró para sostener una postura erguida, una nueva forma de desplazarnos y, con ella, una nueva manera de existir.

El bipedalismo permitió usar las manos para fabricar herramientas, recolectar alimentos o cargar a las crías. También mejoró la resistencia térmica y locomotora, haciendo posible recorrer grandes distancias bajo el sol sin sobrecalentarse gracias a una mejor exposición al viento y menor superficie corporal directa al sol (Gruss & Schmitt, 2015). 

Desde el punto de vista evolutivo, erguirnos sobre nuestras dos patas traseras fue una de las adaptaciones más rentables de nuestra historia.

La pelvis: una nueva arquitectura para un nuevo modo de vida

Sin embargo, este cambio tuvo un coste anatómico considerable. En los animales que se desplazan a cuatro patas (cuadrúpedos), las vísceras se apoyan horizontalmente en la cavidad abdominal. En el ser humano, al enderezarse el tronco, la gravedad comenzó a tirar de los órganos hacia abajo, y la musculatura del suelo pélvico  (el conjunto de músculos, ligamentos y fascias que cierran la cavidad abdominal por debajo) tuvo que asumir una carga permanente y continua.

Para adaptarse, la pelvis humana se acortó verticalmente y se ensanchó lateralmente, creando una base sólida que soporta el peso del tronco y mantiene el equilibrio durante la marcha (DeSilva & Rosenberg, 2017).

Estos cambios también modificaron la orientación del canal del parto y la forma de los músculos que sostienen los órganos pélvicos, dando origen a la compleja estructura que hoy conocemos como suelo pélvico humano.

El dilema obstétrico: equilibrio entre soporte y nacimiento

El "dilema obstétrico", formulado originalmente por Sherwood Washburn en 1960, sostiene que la evolución humana debió equilibrar dos presiones opuestas:

  • La necesidad de una pelvis ancha para permitir el paso de un bebé con una cabeza grande.

  • La necesidad de una pelvis estrecha y estable para caminar eficientemente sobre dos piernas.

Este delicado equilibrio ha hecho del parto humano una experiencia única en el reino animal. La evolución no diseñó un canal amplio y sencillo, sino un pasaje ajustado y curvo que obliga al bebé a rotar para poder nacer (Pavličev et al., 2020). El resultado: mayor eficiencia locomotora y estabilidad postural, pero un parto más complejo y un suelo pélvico más vulnerable.

Este concepto ha sido una piedra angular de la antropología evolutiva, pero en las últimas dos décadas ha recibido críticas y reformulaciones importantes. Hoy el debate científico no gira en torno a si el parto humano es difícil (lo es), sino por qué lo es realmente y si la hipótesis original explica adecuadamente toda su complejidad. 

Durante el embarazo, el útero ejerce presión constante sobre esta estructura, y durante el parto, los músculos del suelo pélvico deben distenderse hasta tres veces su longitud para permitir la salida del bebé. Pese a su extraordinaria elasticidad, esta exigencia puede dejar secuelas como incontinencia o prolapsos pélvicos. 

¿Pero todo es culpa de una pelvis que no ha sabido adaptarse lo suficiente a la bipedestación?

Los defensores del dilema obstétrico mantienen que la forma de la pelvis femenina muestra un compromiso entre locomoción y parto, con adaptaciones que maximizan ambos objetivos sin optimizar ninguno completamente (Rosenberg & Trevathan, 2002). También afirman que el parto rotacional humano, en el que el bebé gira dentro del canal, es único entre los primates, lo que sugiere una limitación mecánica producto de la bipedestación. Estudios comparativos muestran que especies con cerebros más grandes presentan canales pélvicos proporcionalmente mayores, pero con mayor coste locomotor.

Sin embargo, varios investigadores han propuesto que el dilema obstétrico no explica por sí solo la complejidad del parto humano

Entre los principales críticos destacan Holly Dunsworth y su equipo (2012), quienes plantearon la hipótesis Energetics of Gestation and Growth. Según su teoría, el momento del parto no está limitado por el tamaño de la pelvis, sino por el límite metabólico de la madre: cuando el coste energético del embarazo alcanza el 2,1× su tasa metabólica basal, el parto se inicia. Según esta visión, el cuello de botella no es anatómico, sino fisiológico y energético.

Los estudios de otro equipo de investigadores, Warrener et al. (2015) mostraron que las diferencias anatómicas entre pelvis masculina y femenina no reducen significativamente la eficiencia locomotora, lo que debilita el argumento del "compromiso"

Además, la pelvis humana presenta alta variabilidad intraespecífica, lo que sugiere que el parto y la locomoción podrían haber sido más compatibles de lo que se pensaba.

La influencia de factores culturales y tecnológicos no puede dejarse de lado. Pavličev et al. (2020) señalan que la obstetricia moderna, la cesárea y los cambios nutricionales han modificado las presiones selectivas, permitiendo mayor variabilidad pélvica. Así, el dilema obstétrico sería un fenómeno dinámico y culturalmente mediado, no puramente biológico.

Y, finalmente, la teoría de la adaptación multifactorial. Investigadores como Gruss & Schmitt (2015) proponen ver la pelvis como resultado de múltiples presiones selectivas simultáneas: locomoción, parto, termorregulación y soporte visceral. Desde esta perspectiva, hablar de un "dilema" simplifica excesivamente un proceso de coevolución anatómica y fisiológica complejo.

La mayoría de expertos actuales coincide en que el parto humano resulta de una interacción compleja entre biología, energía, anatomía y cultura.
El dilema obstétrico clásico sigue siendo una metáfora útil, pero insuficiente. Más que un "dilema" fijo, la evolución humana parece haber configurado un mosaico adaptable, en el que el cuerpo (y especialmente la pelvis) sigue ajustándose a las condiciones ecológicas, metabólicas y tecnológicas cambiantes del presente. 

El dilema obstétrico no ha sido descartado, pero sí redefinido. Hoy se interpreta menos como un conflicto anatómico rígido y más como un equilibrio dinámico entre múltiples presiones evolutivas.
El parto difícil y la vulnerabilidad del suelo pélvico humano no son fallas del diseño, sino el resultado de una estrategia evolutiva que priorizó la adaptabilidad sobre la perfección. 

La ingeniería invisible del suelo pélvico

Más allá del parto, el suelo pélvico realiza una serie de tareas que pasan desapercibidas en la vida cotidiana:

  • Sostiene los órganos pélvicos (vejiga, útero, recto) frente a la gravedad.

  • Controla los esfínteres, garantizando la continencia urinaria y fecal.

  • Participa en la función sexual y en la estabilización del tronco durante el movimiento.

Su musculatura, especialmente el elevador del ano, se adapta constantemente a cambios de presión y postura. Este equilibrio biomecánico ha sido considerado por algunos investigadores una verdadera obra de ingeniería biológica, fruto de millones de años de ensayo y error evolutivo.

Beneficios y perjuicios de caminar erguidos para tu pelvis

El paso a la locomoción bípeda transformó profundamente la relación del ser humano con su entorno. Uno de los beneficios más significativos fue la liberación de las manos, lo que permitió una nueva gama de comportamientos: manipular herramientas, recolectar alimentos o cargar a las crías mientras se caminaba. Este cambio marcó un punto de inflexión en la historia evolutiva, ya que la capacidad de usar las manos mientras el cuerpo se desplazaba de manera estable sobre dos piernas sentó las bases para el desarrollo de la cultura material y la tecnología.

Caminar erguido también proporcionó un mayor campo visual, una ventaja adaptativa esencial en entornos abiertos como la sabana africana. Desde una posición elevada, nuestros antepasados podían detectar depredadores a mayor distancia, localizar recursos con mayor eficiencia y coordinarse visualmente en grupos, lo que mejoró la supervivencia colectiva.

En términos fisiológicos, la marcha bípeda resultó ser energéticamente más eficiente que la cuadrúpeda en largas distancias. El cuerpo humano evolucionó hacia un patrón de desplazamiento pendular, donde el balanceo de las piernas y los brazos reduce el gasto calórico por unidad de recorrido. Esta economía de movimiento permitió recorrer mayores distancias en busca de alimento y agua, una capacidad crucial en entornos áridos y variables.

Otro beneficio clave fue la mejor capacidad de termorregulación. La postura erguida reduce la superficie corporal expuesta directamente al sol y aumenta la exposición al viento, favoreciendo la disipación del calor. Al mismo tiempo, permitió que la cabeza (donde se concentran órganos sensibles como el cerebro y los ojos) quedara más alejada del suelo caliente, ayudando a mantener una temperatura interna más estable durante el esfuerzo prolongado.

Sin embargo, este cambio anatómico vino acompañado de costes evolutivos significativos. La nueva postura vertical impuso mayor estrés en la columna vertebral, que pasó a soportar la carga del tronco de manera axial. La adaptación no fue perfecta, y las curvaturas de la espalda (diseñadas para equilibrar el peso) conllevan una vulnerabilidad intrínseca a la compresión vertebral y a las lumbalgias crónicas, uno de los precios más comunes de la bipedestación moderna. Aunque para esto también existen teorías contradictorias...

La gravedad también comenzó a ejercer una fuerza constante sobre los órganos internos, lo que derivó en una mayor compresión del contenido abdominal y pélvico. A diferencia de los cuadrúpedos, cuyos órganos descansan horizontalmente, el ser humano depende del suelo pélvico para sostener sus vísceras frente a la fuerza descendente. Esta reconfiguración incrementó la carga funcional de dicha estructura. 

El conjunto de estos factores contribuyó a un mayor riesgo de disfunciones del suelo pélvico, especialmente en las mujeres. Pero la evolución, en este sentido, no busca la perfección sino el equilibrio entre ventajas y compromisos.

Hacia dónde evoluciona el cuerpo humano

Nuestro modo de vida moderno, sedentarismo, partos asistidos y hábitos posturales artificiales, podría estar alterando nuevamente el equilibrio evolutivo del suelo pélvico y de la pelvis.

Algunos autores sugieren que la disminución del esfuerzo físico, los partos por cesárea y la longevidad creciente están reduciendo la presión selectiva sobre una pelvis óptima para el parto y la carga postural (Pavličev et al., 2020).

Esto podría traducirse, en el largo plazo, en una mayor variabilidad morfológica y una dependencia creciente de la tecnología médica para suplir las limitaciones biológicas heredadas. Lejos de estar "completada", la evolución humana sigue en marcha, ahora influida tanto por la biología como por la cultura.

La decisión evolutiva de caminar de pie transformó el cuerpo humano de pies a cabeza. Nuestra pelvis, y con ella nuestro suelo pélvico, se convirtió en una estructura versátil pero más susceptible, capaz de sostener la vida y, al mismo tiempo, vulnerable a sus propios logros.

Entender su historia evolutiva no es solo un ejercicio científico: es una invitación a cuidar conscientemente el cuerpo que heredamos de millones de años de adaptación.


Laura Pastor. Directora de Evexia Salut. Fisioterapeuta especialista en reeducación uroginecológica y salud sexual humana. Psiconeuroinmunóloga clínica. Docencia y divulgación. 


Referencias

  • DeSilva, J. M., & Rosenberg, K. R. (2017). Anatomy, development, and function of the human pelvis. The Anatomical Record, 300(4), 628–632.
  • Dunsworth, H. M., Warrener, A. G., Deacon, T., Ellison, P. T., & Pontzer, H. (2012). Metabolic hypothesis for human altriciality. Proceedings of the National Academy of Sciences, 109(38), 15212–15216.
  • Gruss, L. T., & Schmitt, D. (2015). The evolution of the human pelvis: Changing adaptations to bipedalism, obstetrics and thermoregulation. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 370(1663), 20140063.
  • Lovejoy, C. O. (1988). Evolution of human walking. Scientific American, 259(5), 118–125.
  • Pavličev, M., Romero, R., & Mitteroecker, P. (2020). Evolution of the human pelvis and obstructed labor: New explanations of an old obstetrical dilemma. American Journal of Obstetrics and Gynecology, 222(1), 3–16.
  • Pontzer, H. (2017). Economy and endurance in human evolution. Current Biology, 27(12), R613–R621.
  • Rosenberg, K., & Trevathan, W. (2002). Birth, obstetrics and human evolution. BJOG: An International Journal of Obstetrics & Gynaecology, 109(11), 1199–1206. 
  • Rosenberg, K. R., & DeSilva, J. M. (2017). The evolution of the human pelvis. The Anatomical Record, 300(4), 683–697.

  • Warrener, A. G., Lewton, K. L., Pontzer, H., & Lieberman, D. E. (2015). Kinematics of the human pelvis during walking and the implications for human evolution. Journal of Human Evolution, 80, 1–14.
  • Young, N. M., et al. (2022). The developmental impacts of natural selection on human pelvic morphology. Science Advances, 8(17), eabm7348.