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Dibújate

15.02.2020

Todas sabemos qué aspecto tiene nuestra cara, de qué color son nuestros ojos, cómo de larga o chata es nuestra nariz, cómo de finos o apiñonados tenemos los labios, pero... ¿serías capaz de reconocer una fotografía de tu vulva entre cientos de imágenes de otras vulvas? Probablemente no.

Sabemos que podemos movernos, estirar o doblar las piernas, alzar o bajar los brazos, abrir o cerrar las manos, meter o sacar la tripa, girar el cuello, pero probablemente no sepas que tu vulva también se mueve. De hecho tienes que poder moverla y ése movimiento debe ser visible.

Nos han enseñado a observarnos las manos (¡limpias antes de comer!), a mirarnos la cara (¡sonríe!), a mirarnos los pies (¡que las uñas estén cortitas!), los ojos (¡¿eso son bolsas?!) o la barriga. Sabemos que tenemos dedos, orejas, cabello, lagrimales, codos, rodillas... y más o menos podemos hacer un dibujo de lo que venimos siendo nosotras mismas (aunque dibujes mal). Además, nos han enseñado que mirarnos cualquier zona del cuerpo que no sea nuestra zona genital, está bien. Lo otro... lo de abajo... ni se mira ni se toca, eso sólo lo hacen las niñas cochinas. Ahí abajo no hay nada interesante.

¿Cuándo fue la última vez que observaste tu vulva?

Te propongo un ejercicio para el que necesitarás papel y lápiz:

Dibuja, con todo lujo de detalles, tu vulva. 

Esa parte baja que tienes mirando al suelo y entre las piernas. No vale mirar ningún dibujo en internet ni en ningún libro. Tiene que ser la tuya, la que has visto. Porque... ya te la has visto ¿no? Lleva contigo toda la vida, algún minuto le habrás dedicado... ¿NO?

Lo más probable es que me digas que no, que nunca se te ha ocurrido coger un espejo para observar el inframundo. Y digo observar, no mirar. Porque observar es mirar con otros ojos, es mirar con atención, es memorizar cada trazo y cada pliegue de tu piel, cada color y cada brillo.

¿Has acabado tu dibujo?

El homúnculo cortical de Penfield

En 1950, el neurocirujano Wilder Penfield creó un tipo extraño de enormes manos y boca, pero con los pies muy pequeños. Era el resultado de su investigación sobre las partes del cerebro encargadas de la función motora y sensorial. Al estimular determinados puntos de la corteza motora o sensorial, se producía una respuesta a modo de hormigueo o movimiento en una parte del cuerpo. Así construyó un mapa que asociaba una parte de la corteza cerebral con una parte del cuerpo.

Penfield constató que nuestro cerebro cuenta con grandes zonas de corteza cerebral dedicadas a la boca, la lengua y las manos. Las áreas que más espacio ocupan son los labios, las manos y la cara, debido a la gran sensibilidad de estas partes y a la complejidad de movimientos que podemos hacer con ellas. Pero esta representación puede modificarse con la práctica. Podemos aumentar o disminuir la representación cerebral de determinadas zonas de nuestro cuerpo.

Gran parte de los problemas sexuales que tenemos están relacionados con la falta de autoconocimiento y de percepción de nuestra zona genital. Todas las mujeres tendríamos que ser capaces de reconocer una imagen de nuestra vulva entre miles de otras. Igual que reconoceríamos nuestra cara o nuestras piernas. Nuestra vulva debe tener una representación cerebral en ése homúnculo cortical del que te he hablado. De hecho, su lugar está curiosamente muy cerca de las neuronas que reconocen los pies.

No podemos esperar que nuestra zona genital se convierta en una zona erógena si nuestro cerebro no sabe localizarla, no sabe ponerle nombre ni forma, ni sabe dónde situarla en su enorme mapa neuronal.

Aquello que nuestros ojos no ven, nuestro cerebro lo ignora o se lo inventa a su manera y no siempre acierta. Aquello que no se menciona, no existe.

Cualquier sensación que llega a una zona corporal que el cerebro no tiene bien identificada, se traducirá muchas veces como "dolor". Así, nuestro cerebro se asegura de que esa zona, que no sabe muy bien qué es o por dónde anda, no se daña. Por si acaso.

Es una asignatura pendiente en la educación sexual el enseñarnos a conocer nuestros genitales desde que somos niñas y es muy importante para el correcto desarrollo de la función erótica.

Dibújate

A partir del dibujo que has hecho, vamos a identificar las zonas más importantes que debes conocer de tu vulva. Compara tu dibujo con la ilustración que te muestro a continuación. Apunta los nombres, redefine trazos, identifica zonas sobre el papel...

Y a continuación coge un espejo, ponte cómoda y OBSERVA tu vulva. Localiza los siguientes elementos en ella:

  • Monte de Venus o del pubis
  • Labios mayores o externos. Puedes tirar de ellos para separarlos, son elásticos.
  • Labios menores o internos. Tira suavemente de ellos. Verás que son muy elásticos, como la piel del lóbulo de la oreja.
  • Prepucio del clítoris
  • Glande del clítoris. Para observarlo con claridad, debes retirar hacia ti el prepucio que lo cubre.
  • Abertura de la uretra, un mini orificio que a veces es difícil ver por donde haces pis.
  • Abertura vaginal
  • Himen, el tejido alrededor de la entrada vaginal. No. No es una tela mística. Es tejido y lo puedes tocar.
  • Periné
  • Ano

Observa también otros aspectos como sus colores, que pueden ir desde el rosa al moreno o amoratado. Observa su hidratación, si el tejido brilla porque está lubricado o está seco. Observa su pilosidad y dónde crece el vello. Observa tu vulva en diferentes momentos del día y en diferentes momentos del ciclo menstrual, porque verás que presenta variaciones. Por ejemplo, en estado de relajación el clítoris y los labios menores son pequeños, pero en actitud sexual se inflan y aumenta su rubor.

Memoriza cada detalle de tu vulva.

Y vuelve a dibujarte.

Repite este ejercicio de observación hasta que tengas claro cada rincón de tu anatomía sexual.

Tómalo como una rutina ya que observar nuestra vulva, además de hacernos más conocedoras de nosotras mismas, nos ayuda a identificar su salud. Si la conoces en estado normal, sabrás identificar por ejemplo una candidiasis (una de las micosis más habituales en las mujeres).

Dibujarte y definirte es decirle a tu cerebro que te conoces, es darle información sobre cómo eres y es darle tranquilidad. Además de observarte, tócate. Saber qué zonas son sensibles, qué rincones son más húmedos o qué textura tienen las distintas zonas de tu vulva también te va aportar mucha información y seguridad.

Dibújate y vuelve a dibujarte.


Laura Pastor. Fisioterapeuta especialista en reeducación uroginecológica. Fisiosexóloga. Psiconeuroinmunóloga clínica.